
Ver terror europeo y todavía proveniente de Holanda
fue, es y será siempre toda una novedad. Si habrá
gente que todavía no se olvida del famoso
reclame que se daba insistentemente en televisión
(plena dictadura militar), donde se escuchaba
esa voz grave del locutor anunciando El
ascensor (De Lift, 1983) en “Cine
ABC. Constituyente y Minas” y con un tono
lento y siniestro, digno del gran Narciso Ibáñez
Menta.
Durante esa época
el Cine ABC (en sus últimos años una sala de reestreno)
se dio el lujo de exhibir nuevamente este film
terrorífico, al igual que otros famosos como Los
dioses deben estar locos (Jaime Uys, 1981),
y no era tan difícil el acceso (siendo menor de
edad) como en otros recintos céntricos (que ya
no están más), llámese el viejo y querido California
(donde justamente se había estrenado El ascensor,
en 1984) o aquel gran palacio de tres pisos llamado
Radio City (donde se estrenó Los dioses...
y de la que también se hizo notoria publicidad
televisiva).
El ascensor
es una de esas películas de terror que logra mantener
un aceptable equilibrio entre las distintas dosis
de tensión, misterio y horror, y un correcto desarrollo
de la historia, más allá de que pueda resultar
en ocasiones algo extensa. El protagonista es
un técnico especialista en elevadores, quien,
junto con una inquieta periodista, intenta develar
qué es lo que está pasando con el ascensor de
un edificio de oficinas en Holanda, luego de un
par de muertes tan violentas como inexplicables
y que se relacionan con un anciano ciego y un
guardia de seguridad. El hombre, además, tiene
que soportar a un jefe que no le cree nada, además
de los rezongos de su mujer, celosa por el contacto
que mantiene con la periodista.
Si bien la narración
a veces decae, hay momentos de gran elaboración.
El trabajo de efectos especiales sorprende no
solo para la época sino también por lo
mucho que se hizo y con tan poco. El director
Dick Maas rodó en un mes y con un presupuesto
ínfimo (apenas 300.000 dólares),
que lo llevó incluso a no contratar dobles
para las escenas riesgosas (los actores mismos
las hacían), a pedirle a los propios técnicos
que salieran como extras, e incluso a no llamar
a ningún grupo de música para la
banda sonora (tal como quería el productor),
confiando en dos sintetizadores que le habían
prestado para hacerla en tan solo un día.
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El
anciano se manda un fondo... ciego. |
El
edificio donde está el temible ascensor. |
Una
de las primeras víctimas del malvado
elevator. |
La película
se llevó el premio mayor en Avoriaz (con
John Carpenter como presidente del jurado), llegó
a ser proyectada en Cannes, y la Warner de inmediato
entró a mover la cosa para poder distribuirla
por todo el mundo, aprovechando el furor de Christine
(Carpenter, 1983) y de varias películas
con máquinas asesinas que volvían
a hacer de las suyas.
En 2001 se hizo
una remake totalmente innecesaria (Down),
también dirigida por Maas, que prácticamente
se llevó a toda Holanda para asistirlo.
Fue filmada en su país natal y en Estados
Unidos; básicamente transcurre en Nueva
York. La historia era la misma, algo más extensa,
y contaba con la última aparición
de Naomi Watts, antes de hacerse famosa en El
camino de los sueños, que ese
mismo año dirigiría David Lynch.
Otro gran punto
que se anota El ascensor son algunas atmósferas
realmente aterradoras (incluso cuando juega con
la desconcertada niña que figura en el afiche),
dejando al sonido que haga su trabajo por sí solo
y a la cámara fija como marcando parsimoniosamente
el terreno de la inminente tragedia y enfocando
algo tan simple como un ascensor funcionando.
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Con
ustedes, el técnico de Adamoli, que
intentará frenar la máquina.
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Mientras
tanto, el ascensor no se cansa de dar problemas... |
...y
asesinar. |
Lo bueno es que
aquí se elabora el terror a partir de algo que
en la vida diaria apenas le prestamos atención:
ruidos que anuncian que el elevador ha llegado,
el de las puertas que abren y cierran muy lentamente,
murmullos de gente que pasa caminando delante
del mismo e inmersa en su trabajo, tomas fijas
donde parece que el ascensor observara las personas
que pasan por el corredor donde está ubicado,
y otras con ángulos y especialmente silencios
dignos de la mente del maestro británico Alfred
Hitchcock. La fotografía, además de la banda sonora
(gentileza del propio director Maas), es bastante
oscura y los efectos sonoros encajan casi a la
perfección. Casi todo lo mencionado anteriormente
vuelve a cobrar vida (y de qué manera) en los
últimos e impresionantes veinte minutos de la
película, donde incluso el campo racional le hace
guiños al fantástico, incentivando aún más la
maldad de la máquina, aunque quizá también alejando
a algún espectador escéptico de la pantalla.
Por supuesto que hay algo de ciencia ficción
en la película, ya que, como en Tron
(Steven Lisberger, 1982), la palabra "chip"
no era tan conocida. Y como en 2001: Odisea
del espacio (1968) de Kubrick acá
teníamos uno que no solo cobraba vida sino
que también era capaz de reproducirse.
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Un
cable se suelta y arrastra a un hombre hasta
colgarlo; luego es descubierto por la pareja
protagonista |
El ascensor
constituyó el debut en el largometraje para el
holandés Dick Maas, quien luego se despachó con
otros trabajos bastante exitosos en su país de
origen, en especial Flodder (sátira social
sobre familia pobre en barrio coqueto, que originó
dos secuelas y hasta una serie de televisión)
y Amsterdamned (considerado su mejor thriller,
sobre un asesino serial). Es gran admirador de
los primeros trabajos de Steven Spielberg, en
especial de Tiburón (1975), lo que ha llevado
a algunos a decir que El ascensor vendría
a ser la respuesta holandesa al temible escualo
taquillero. "Si en Estados Unidos muchos
temían entrar al agua, en Europa tendrán
miedo de tomar un ascensor.", llegó
a decir Maas, apenas se había estrenado
su ópera prima.
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