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Exhibición de un clásico de Kubrick en Cine Arte SODRE
40 AÑOS DEL ESTRENO DE 2001... EN URUGUAY

por Amílcar Nochetti (setiembre, 2009)


En agosto de 1969 el cine Ambassador estrenó un film llamado a hacer historia. 2001: Odisea del espacio (1968) dividió a crítica y público: obra de arte profunda, cerebral, filosófica para unos; auto indulgente, ególatra, vana pedantería intelectual para otros. Cuatro décadas calmaron las aguas y hoy el film figura en toda lista de obras maestras del cine. El lunes 28 de setiembre a las 18:00 horas el Sodre exhibó 2001 en impecable formato digital, en la pantalla del Auditorio Nelly Goitiño (18 de Julio 930). Fue todo un acontecimiento.



GESTACIÓN





Europa tenía una sólida tradición literaria en ciencia ficción (Wells, Huxley, Orwell), y quizás por eso nacieron allí los primeros films adultos del género, en pleno período mudo (Metrópolis y La mujer en la luna de Fritz Lang, Aelita de Yakov Protazanov) e inicios del sonoro (Lo que vendrá de Cameron Menzies). En cambio Hollywood despreció la ciencia ficción, y los estudios sólo la incorporaron en las "seriales" (Buck Rogers, Flash Gordon, Brick Bradford). Con el arribo de la Guerra Fría y la fobia anticomunista de los años 50, el género proliferó en docenas de olvidables films de clase B, de entre los cuales cabe destacar El día que paralizaron la tierra de Robert Wise, Llegaron de otro mundo y El increíble hombre menguante de Jack Arnold y Muertos vivientes de Don Siegel. En los años 60 Europa respondió con nuevas muestras de talento (Fahrenheit 451 de Truffaut, Alphaville de Godard), pero recién en 1968 un neoyorquino radicado en Inglaterra dispararía la ciencia ficción hacia su definitiva madurez.


La gestación de 2001 fue larga. El cuento que la originó, "El centinela", fue escrito por Arthur C. Clarke en 1948 para un concurso de la BBC, pero no ganó ni figuró entre los finalistas. En 1962 Stanley Kubrick quedó fascinado con una novela del escritor (El fin de la infancia) y quiso trasladarla al cine, pero Abraham Polonsky se le había adelantado. Entonces compró los derechos de 12 cuentos de Clarke, uno de los cuales era precisamente "El centinela". Al principio, escritor y cineasta quisieron realizar un documental con entrevistas a famosos científicos, acerca de la posibilidad de vida extraterrestre y la teoría del viaje intergaláctico. Pero lentamente Kubrick cambió esos planes volcándose a la ficción y rehaciendo el libreto innumerables veces, en una labor tan perfeccionista como irritante. De esa aventura saldrían una obra maestra del cine, una disputa entre ciencia y filosofía y una serie de novelas de Clarke explicando lo que debió permanecer en el misterio. En todo eso no hay discusión: el cine salió ganando.



ODISEA



Contar el anecdotario de 2001 es aniquilar sus contenidos, pero debe correrse el riesgo. En la prehistoria un misterioso monolito transforma la vida de unos hombres monos. Cuando uno de ellos comprende que un hueso puede ser un arma efectiva para cazar y matar, el espectador asiste a una transformación histórica: el simio herbívoro se ha convertido en carnívoro asesino. Nació el hombre. De inmediato, el mayor salto temporal de la historia del cine (cuatro millones de años) nos proyecta a la superficie de la Luna, donde aparece un segundo monolito que al tomar contacto con los astronautas emite una señal sonora dirigida a un satélite de Júpiter. Ese hecho origina una misión llevada a cabo por varios astronautas y científicos, y presidida por la computadora HAL 9000. Luego de una feroz batalla entre máquina y humanos, el astronauta Bowman entra (gracias a un tercer monolito) en una dimensión desconocida, de la cual regresará a través de un cuarto monolito, convertido en alguien diferente, quizás superior.

Querer imponer una única explicación a los significados ocultos de 2001 sería reducirla injustamente, porque es una obra abierta a todo tipo de especulaciones, y es eso lo que la hace monumental. Parece válido en cambio ofrecer pistas a espectadores desconcertados. La interpretación "racionalista" defendida por Clarke habla de una civilización extraterrestre que viajó a la Tierra (el monolito sería entonces una nave) y plantó en sus habitantes la semilla del conocimiento, confiando en el inexorable proceso evolutivo. Otros destacan una reflexión sobre el macabro progreso de la ciencia, que llevaría a la humanidad hacia una segura destrucción: para ello se apoyan en el largo episodio de la lucha entre Bowman y HAL 9000, en quien ven un remedo de IBM (las letras de la máquina son las anteriores en el abecedario a las de la empresa). Una tercera opción tomaría al monolito como símbolo de Dios, con lo cual quedarían felizmente unidas dos fatales enemigas: ciencia y teología. Una última interpretación, de tono "metafísico", abreva en Nietzsche y sugiere que el ser humano es el escalón intermedio entre el animal y el superhombre. Sus defensores se apoyan en varias alusiones del film, como la utilización de "Así habló Zaratustra" en la banda sonora, el nombre de la nave (Discovery, descubrimiento) y el apellido del astronauta, teniendo en cuenta que para Nietzsche el hombre es "un tenso arco entre el animal y el superhombre", y Bowman significa arquero...



MAGISTERIO





Pero lo que hace de la película una obra maestra no son sus múltiples interpretaciones. 2001 es Kubrick en estado puro. En ella desarrolló al máximo sus más persistentes obsesiones: la confianza en la imagen por encima de las palabras (y 2001 es la más muda de las películas sonoras); el macizo pesimismo existencial, por el cual el hombre debería desaparecer para que el universo mejore; la derrota del héroe individual, que acá no se sabe muy bien quién es (¿Bowman, HAL 9000, ambos?); la formulación de historias complejas mediante un estilo que mezcla frialdad estética y vigor narrativo; y una forma austera de mostrar violencia: las muertes en 2001 son terribles, sobre todo la extenuante agonía de HAL 9000, concebida con descomunal sadismo. También debe destacarse el formidable poderío audiovisual, que el público del Ambassador disfrutó a pleno gracias a la enorme pantalla de 70 mm y las seis bandas de sonido estereofónico, mejores que cualquier Dolby actual. Pero aún sin esos lujos el espectador de hoy se verá inmerso en una experiencia única, debido a la sabia combinación de majestuosidad narrativa y rigor científico. Nunca en cine las leyes de la física fueron tan respetadas: el acoplamiento de la pequeña nave a la estación espacial, la ausencia de sonido (y la importancia de la respiración) en el espacio, el diseño del Discovery, son verdaderos hitos en la materia.


Y también está la banda sonora. Las naves bailan al compás del "Danubio azul" de Johann Strauss, magníficamente ejecutado por Herbert Von Karajan y la Sinfónica de Berlín. Pero esa eficaz correspondencia de música e imagen es una constante del film: la magnificencia de "Así habló Zaratustra" de Richard Strauss surge en los tres momentos épicos de la historia, la suite "Gayané" de Khatchaturian pone énfasis en la sideral soledad del espacio, los "Corales" de Ligeti otorgan un aura misteriosa y altamente inquietante a un Infinito ubicado más allá de la comprensión humana. 2001 ubicó a Kubrick en el sitial más cotizado entre los cineastas de su época, y le permitió convertir sus posteriores Naranja mecánica (1971) y Barry Lyndon (1975) en dos empeños personales minuciosos, de similar magisterio. Un nivel de genialidad que hoy el cine extraña.


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