En agosto de 1969 el
cine Ambassador estrenó un film llamado
a hacer historia. 2001: Odisea del espacio
(1968) dividió a crítica y público:
obra de arte profunda, cerebral, filosófica
para unos; auto indulgente, ególatra,
vana pedantería intelectual para otros.
Cuatro décadas calmaron las aguas y hoy
el film figura en toda lista de obras maestras
del cine. El lunes 28 de setiembre a las 18:00
horas el Sodre exhibó 2001
en impecable formato digital, en la pantalla
del Auditorio Nelly Goitiño (18 de Julio
930). Fue todo un acontecimiento.
GESTACIÓN

Europa tenía una sólida tradición
literaria en ciencia ficción (Wells,
Huxley, Orwell), y quizás por eso nacieron
allí los primeros films adultos del género,
en pleno período mudo (Metrópolis
y La mujer en la luna de Fritz
Lang, Aelita de Yakov Protazanov)
e inicios del sonoro (Lo que vendrá
de Cameron Menzies). En cambio Hollywood despreció
la ciencia ficción, y los estudios sólo
la incorporaron en las "seriales"
(Buck Rogers, Flash
Gordon, Brick Bradford).
Con el arribo de la Guerra Fría y la
fobia anticomunista de los años 50, el
género proliferó en docenas de
olvidables films de clase B, de entre los cuales
cabe destacar El día que paralizaron
la tierra de Robert Wise, Llegaron
de otro mundo y El increíble
hombre menguante de Jack Arnold y Muertos
vivientes de Don Siegel. En los años
60 Europa respondió con nuevas muestras
de talento (Fahrenheit 451
de Truffaut, Alphaville de
Godard), pero recién en 1968 un neoyorquino
radicado en Inglaterra dispararía la
ciencia ficción hacia su definitiva madurez.
La gestación de 2001
fue larga. El cuento que la originó,
"El centinela", fue escrito por Arthur
C. Clarke en 1948 para un concurso de la BBC,
pero no ganó ni figuró entre los
finalistas. En 1962 Stanley Kubrick quedó
fascinado con una novela del escritor (El
fin de la infancia) y quiso trasladarla
al cine, pero Abraham Polonsky se le había
adelantado. Entonces compró los derechos
de 12 cuentos de Clarke, uno de los cuales era
precisamente "El centinela". Al principio,
escritor y cineasta quisieron realizar un documental
con entrevistas a famosos científicos,
acerca de la posibilidad de vida extraterrestre
y la teoría del viaje intergaláctico.
Pero lentamente Kubrick cambió esos planes
volcándose a la ficción y rehaciendo
el libreto innumerables veces, en una labor
tan perfeccionista como irritante. De esa aventura
saldrían una obra maestra del cine, una
disputa entre ciencia y filosofía y una
serie de novelas de Clarke explicando lo que
debió permanecer en el misterio. En todo
eso no hay discusión: el cine salió
ganando.
ODISEA
Contar el anecdotario de 2001
es aniquilar sus contenidos, pero debe correrse
el riesgo. En la prehistoria un misterioso monolito
transforma la vida de unos hombres monos. Cuando
uno de ellos comprende que un hueso puede ser
un arma efectiva para cazar y matar, el espectador
asiste a una transformación histórica:
el simio herbívoro se ha convertido en
carnívoro asesino. Nació el hombre.
De inmediato, el mayor salto temporal de la
historia del cine (cuatro millones de años)
nos proyecta a la superficie de la Luna, donde
aparece un segundo monolito que al tomar contacto
con los astronautas emite una señal sonora
dirigida a un satélite de Júpiter.
Ese hecho origina una misión llevada
a cabo por varios astronautas y científicos,
y presidida por la computadora HAL 9000. Luego
de una feroz batalla entre máquina y
humanos, el astronauta Bowman entra (gracias
a un tercer monolito) en una dimensión
desconocida, de la cual regresará a través
de un cuarto monolito, convertido en alguien
diferente, quizás superior.
Querer imponer una única
explicación a los significados ocultos
de 2001 sería reducirla
injustamente, porque es una obra abierta a todo
tipo de especulaciones, y es eso lo que la hace
monumental. Parece válido en cambio ofrecer
pistas a espectadores desconcertados. La interpretación
"racionalista" defendida por Clarke
habla de una civilización extraterrestre
que viajó a la Tierra (el monolito sería
entonces una nave) y plantó en sus habitantes
la semilla del conocimiento, confiando en el
inexorable proceso evolutivo. Otros destacan
una reflexión sobre el macabro progreso
de la ciencia, que llevaría a la humanidad
hacia una segura destrucción: para ello
se apoyan en el largo episodio de la lucha entre
Bowman y HAL 9000, en quien ven un remedo de
IBM (las letras de la máquina son las
anteriores en el abecedario a las de la empresa).
Una tercera opción tomaría al
monolito como símbolo de Dios, con lo
cual quedarían felizmente unidas dos
fatales enemigas: ciencia y teología.
Una última interpretación, de
tono "metafísico", abreva en
Nietzsche y sugiere que el ser humano es el
escalón intermedio entre el animal y
el superhombre. Sus defensores se apoyan en
varias alusiones del film, como la utilización
de "Así habló Zaratustra"
en la banda sonora, el nombre de la nave (Discovery,
descubrimiento) y el apellido del astronauta,
teniendo en cuenta que para Nietzsche el hombre
es "un tenso arco entre el animal y el
superhombre", y Bowman significa arquero...
MAGISTERIO
Pero lo que hace de la película una obra
maestra no son sus múltiples interpretaciones.
2001 es Kubrick en estado puro.
En ella desarrolló al máximo sus
más persistentes obsesiones: la confianza
en la imagen por encima de las palabras (y 2001
es la más muda de las películas
sonoras); el macizo pesimismo existencial, por
el cual el hombre debería desaparecer
para que el universo mejore; la derrota del
héroe individual, que acá no se
sabe muy bien quién es (¿Bowman,
HAL 9000, ambos?); la formulación de
historias complejas mediante un estilo que mezcla
frialdad estética y vigor narrativo;
y una forma austera de mostrar violencia: las
muertes en 2001 son terribles,
sobre todo la extenuante agonía de HAL
9000, concebida con descomunal sadismo. También
debe destacarse el formidable poderío
audiovisual, que el público del Ambassador
disfrutó a pleno gracias a la enorme
pantalla de 70 mm y las seis bandas de sonido
estereofónico, mejores que cualquier
Dolby actual. Pero aún sin esos lujos
el espectador de hoy se verá inmerso
en una experiencia única, debido a la
sabia combinación de majestuosidad narrativa
y rigor científico. Nunca en cine las
leyes de la física fueron tan respetadas:
el acoplamiento de la pequeña nave a
la estación espacial, la ausencia de
sonido (y la importancia de la respiración)
en el espacio, el diseño del Discovery,
son verdaderos hitos en la materia.
Y también está la banda sonora.
Las naves bailan al compás del "Danubio
azul" de Johann Strauss, magníficamente
ejecutado por Herbert Von Karajan y la Sinfónica
de Berlín. Pero esa eficaz correspondencia
de música e imagen es una constante del
film: la magnificencia de "Así habló
Zaratustra" de Richard Strauss surge en
los tres momentos épicos de la historia,
la suite "Gayané" de Khatchaturian
pone énfasis en la sideral soledad del
espacio, los "Corales" de Ligeti otorgan
un aura misteriosa y altamente inquietante a
un Infinito ubicado más allá de
la comprensión humana. 2001
ubicó a Kubrick en el sitial más
cotizado entre los cineastas de su época,
y le permitió convertir sus posteriores
Naranja mecánica (1971)
y Barry Lyndon (1975) en dos
empeños personales minuciosos, de similar
magisterio. Un nivel de genialidad que hoy el
cine extraña.